Sorprende con mucha frecuencia encontrar gente de marketing que sigue pensando que su trabajo consiste en vender productos y por eso no ven más allá de los elementos tangibles de su oferta. Piensan que venden unidades, objetos confeccionados que se entregan al consumidor. Y esto es un grave error en la medida en que nadie compra productos sino experiencias. Lo que muchos no entienden es que el marketing es una sinergia: La experiencia es mucho más que la suma de las partes. ¿Quien se enamoraría de un auto si le hacen la descripción de todos sus sistemas, componentes, tuercas y tornillos? ¿Quién preferiría una compañía celular porque le mencione cada una de las torres de transmisión que tiene? ¿Quién se antojaría de una Coca-Cola si lo único que tuviera la marca para decirle son los ingredientes que componen el líquido?
Había una vieja historia (seguro es un mito urbano pero sirve para ilustrar este punto) de un estilista parisino al cual una de sus clientas le pidió que le hiciera el mejor peinado posible para una ocasión muy especial. El hombre trabajó durante varias horas en hacer un peinado increíble usando una pañoleta enredada entre el cabello. Al terminar, la mujer con gran emoción por el resultado le preguntó cuánto le debía. Cuando el estilista le dijo el precio, la mujer preguntó asustada: “¿Tanto dinero por una pañoleta?”. A lo cual el hombre respondió tirando de la pañoleta, mientras el peinado se deshacía y con mucha cortesía se la entregó diciendo: “No, la pañoleta se la regalo”. Un relato que sirve para ilustrar lo que muchos gerentes de marca no entienden: Lo que vale en una oferta son las experiencias y esto es justamente lo que los consumidores pagan. El producto es una tangibilización de la experiencia que sirve para confirmar esa promesa, pero el valor va mucho más allá.
Así que quienes siguen vendiendo únicamente productos seguirán desgastándose en la guerra incorrecta. Las marcas que han entendido realmente en qué consiste su oferta han creado una cultura de marca que se convierte en el activo más importante de la compañía. Siguiendo con el ejemplo de Coca-Cola, me atrevería a decir que más del 90% del precio que pagamos por una botella (para ponerlo en términos tangibles) lo pagamos por el optimismo, por la capacidad de ver el lado bueno de las cosas, por esa emoción que produce tomar Coca-Cola y quizás el 10% o menos, por el líquido. Un error muy frecuente consiste en pensar que la confianza está en los ingredientes o en las partes que se usan para elaborar el producto. Las marcas que han logrado diferenciarse por ello es porque han creado una cultura en torno a los ingredientes, no por los ingredientes mismos. Otra vez: La confianza está en la marca, no en el producto.
El mundo del marketing es mucho más magia que producto. Y es así porque así funciona nuestro cerebro. El 95% de nuestras decisiones, dice Daniel Kanheman (Premio Nobel de Economía 2002), se toman con la emoción o con la intuición y sólo el 5% emplean el sistema racional. Dos pensamientos que son básicos en marketing pero que muchos gerentes ignoran: Si logras que tu consumidor compre la experiencia, el producto bien se lo puedes regalar. Si tu consumidor permanentemente está cuestionando tu precio no necesariamente tiene que ver con la calidad de tu producto sino con el valor de la experiencia que la marca le está entregando. Y dos: Si generas confianza sobre la marca, nadie cuestionará la calidad de tu producto. En cambio, si no logras generar una conexión de confianza hacia la marca, ni aun llevando a cada consumidor a la planta de producción lograrás que crean en la calidad de tu producto.
La credibilidad y la confianza en una marca son el premio por una experiencia única que el consumidor reconoce. Ahí está el mayor desafío en esta compleja guerra de ganarse el corazón (y el celebro) de las personas. Lo que sí es cierto es que los gerentes de marca que no lo entiendan, no deberían enfilarse para ir a la batalla.