La realidad es que los empresarios colombianos son mucho mejores expandiendo los negocios que creando marcas. Es por esto que podríamos mencionar un grupo amplio de compañías colombianas que se han expandido internacionalmente. Sin demeritar el trabajo y la inteligencia que ello supone, pocos empresarios colombianos se han preocupado realmente por lograr que con los negocios vayan también las marcas. Somos, hay que decirlo, muy malos en hacer que las grandes marcas colombianas sean también grandes en el mundo.
Por eso es que Juan Valdez tiene un gran mérito pues la Federación de Cafeteros de Colombia ha entendido desde siempre que antes que un producto, antes que una planta de producción, antes que una tienda, Juan Valdez es una marca. Por ello es el mejor ejemplo de que una marca que se construye bien, que nace de una idea estratégica y a la cual se le invierte, termina trabajando para la compañía y su valor entra en un círculo virtuoso en el que la conexión emocional que tiene con los consumidores genera dividendos cada vez más grandes.
No puedo dejar de mencionar a Bill Bernbach, considerado el hombre más importante en la publicidad en el siglo XX, fundador de Doyle Dane Bernbach (hoy DDB), el hombre que en su oficina de Madison Avenue en Nueva York un día de 1960 recibió a los señores de la Federación de Cafeteros de Colombia. Bernbach era el publicista más “hot” de ese momento y por eso resultaba el socio ideal para el proyecto. Cuenta la historia (ahora leyenda) que Bernbach le preguntó a los señores de la Federación sobre qué era aquello que hacía diferente al café de Colombia. Ellos le explicaron que su proceso era único pues sólo eran cosechados aquellos granos maduros, los cuales recogían uno por uno los campesinos que se levantaban muy temprano en la mañana para hacer su labor. “Ese –interrumpió Bernbach- es el personaje que tenemos que crear”. Y si bien la idea es mérito de Bernbach, hay que reconocer la valentía de la Federación para apoyarla y mantenerla por tantos años.
Así que larga vida a Juan Valdez y muchas lecciones para que las marcas Colombianas puedan tener un papel relevante en este mundo globalizado. Seguir el ejemplo de Juan Valdez es la diferencia entre ser un país que hace o maquila productos o un país que vende marcas. Ojalá tuviéramos más marcas colombianas gobales. Sin duda son una de las mejores herramientas para que en cualquier país del mundo cuando alguien hable de Colombia lo asocien con marcas icónicas, valiosas y llenas de emoción, y así evitar que se disparen todas esas otras asociaciones que tanto odiamos. Las marcas colombianas podrían ser la mejor forma de hablar de Colombia, de su calidad, de su gente y de su espíritu emprendedor. Tal como lo ha hecho Juan Valdez durante estos 50 años.